
En el corazón de Salamanca, un lugar se ha convertido en el último refugio para aquellos que, en el ocaso de sus vidas, buscan un espacio de paz y dignidad. Se trata del Asilo de la Conferencia, dirigido por Maricruz Martínez Muñiz, una mujer que, con casi 11 años de experiencia, ha hecho de la empatía la piedra angular de su labor.
La directora revela una realidad conmovedora: el 80% de los residentes son personas que vivieron en situación de calle, mientras que el 20% restante, aunque tienen familia, a menudo enfrentan el abandono y la distancia. «Nuestra labor es que se sientan acogidos y queridos en esta última etapa de sus vidas», afirma, subrayando el papel vital que juega la institución.
El proceso de acogida es un acto de pura voluntad, ya que la primera regla es que el adulto mayor desee estar ahí. Maricruz Martínez compartió una de las historias más inspiradoras del asilo: el caso de «Anita», una mujer que llegó invidente y en situación de calle. Gracias al apoyo de un amigo oftalmólogo, Anita recuperó la vista, un gesto que la directora describe como «algo muy, muy bonito», reflejando el poder de la ayuda humanitaria.
Más allá de lo físico, el asilo se enfoca en sanar las heridas emocionales que traen consigo sus residentes. La directora enfatiza que el abandono es el principal problema de salud mental que enfrentan. “¿Por qué me abandonó esa persona? ¿Qué hice mal?”, son preguntas recurrentes en sus mentes. Maricruz Martínez dedica las primeras semanas a platicar con ellos, a generar empatía y a reafirmarles que son personas importantes.
Para la directora, el cuidado del adulto mayor no se limita a dónde va a vivir o qué va a comer; lo más importante es el aspecto emocional. Un asilo debe ser un lugar donde se sientan «queridos, amados y respetados». Ella describe la experiencia de trabajar con ellos como «un tesoro inigualable», un aprendizaje que no se compra con dinero y que se enriquece con cada «gracias» que recibe.
Finalmente, con un mensaje de profundo respeto, Maricruz Martínez hace un llamado a la sociedad para valorar a los adultos mayores. «Son un tesoro añorable», dice. Aunque sus cuerpos ya no tengan la misma movilidad, su voz y su sabiduría siguen intactas, merecedoras de ser integradas en el núcleo familiar. En su opinión, reconocer y honrar a nuestros mayores es la mejor manera de celebrar la vida que ellos nos dieron.