
Salamanca, Gto.– La vida, a cualquier edad, puede presentar batallas inesperadas. Elena Rodríguez, una mujer que a sus 65 años se definía —y se sigue definiendo— como «muy activa», comenzó a notar una fatiga inusual, un agotamiento que la obligaba a recostarse a mitad de la tarde. El cáncer de mama, una enfermedad silenciosa, estaba avisando.
Una noche, en un acto de autoexploración, Elena detectó «una bolita» en su pecho. El tiempo, nos cuenta, fue su más valioso aliado. Era jueves; el sábado, ya estaba realizándose la mastografía. Su disciplina con los chequeos anuales previos, incluyendo la mastografía y la densitometría, probablemente fue clave. «Yo pienso que sigo viva porque todo fue a tiempo», afirma con una voz que irradia tranquilidad.
LA CONFIRMACIÓN Y EL ESCUDO MATERNO.
El diagnóstico llegó: cáncer de mama en etapa 2. Con hijas que trabajan en el sector salud, Elena notó de inmediato la angustia en sus rostros. Fue ese dolor ajeno lo que la impulsó a erigir un muro de fortaleza.
“Vi a mis hijas tan angustiadas, tan inquietas… que yo tuve que hacerme una mamá fuerte para no ver a mis hijas con esa cara de angustia, de dolor”, relata. La maternidad, ese instinto primario, se convirtió en un escudo protector y una fuente inagotable de resiliencia. El mensaje de Elena es claro: «El dolor de mi familia fue mi fortaleza para yo sentirme más fuerte.»
Afortunadamente, por ser un cáncer de segundo grado, su tratamiento fue oral, sin necesidad de quimioterapias ni radioterapias, solo pastillas de anastrosol por cinco años.
LA ACEPTACIÓN Y EL VALOR DE LA VIDA.
El proceso implicó la mastectomía de su seno izquierdo. Para cualquier mujer, perder una parte de sí misma es un golpe emocional profundo. Elena no niega la tristeza. “Sí se ve uno al espejo y sí se siente uno un poco triste, pero… sigue uno vivo,” confiesa.
El apoyo incondicional de su familia se manifestó en el deseo de que aceptara un implante. Si bien en un inicio lo aceptó por la insistencia de sus hijas y por la comodidad al usar ropa, su perspectiva es la de una sobreviviente que valora la vida por encima de la estética.
Elena, quien fue diagnosticada en el 2020, está a punto de recibir el alta médica definitiva en noviembre, un hito que marca el final de esta etapa y el triunfo de su espíritu. «Me siento muy feliz por ser sobreviviente de cáncer de mama», exclama.
UN MENSAJE VITAL: EL CÁNCER SÍ AVISA.
Desde su experiencia, Elena Rodríguez tiene un mensaje poderoso para todas las mujeres:
“Estar siempre al pendiente de los cambios de su cuerpo, porque el cáncer sí avisa… Mi mejor deseo es para que todas las mujeres se autoexploren.”
La historia de Elena es un emotivo recordatorio de que la vigilancia, el diagnóstico a tiempo y el amor familiar son los pilares fundamentales para enfrentar y vencer la enfermedad, demostrando que incluso ante la adversidad más grande, la vida y la alegría siempre prevalecen.
Elena Rodríguez, la mujer que se hizo fuerte por amor, es hoy una voz de esperanza y un faro para la autoexploración.